sábado, 2 de abril de 2011

Hablemos del Subte.

La estación adecuada aparece casi inesperadamente. Las conversaciones que dos amigos sostienen sobre la facultad no son lo suficientemente dinámicas como para extender los túneles y las puertas se abren. La charla tan amena se corta abruptamente con un ‘Uh, yo me bajo acá’ y la despedida se limita a un chau. No hay beso, abrazo y a veces ni siquiera dos manos que se estrechan.

Esa es una de las conductas que me llaman la atención del subte. Bajo tierra somos diferentes. Las puertas asesinas se abren y sale una masa de gente caminando rapidísimo, más ligero de lo que lo va a hacer después en la calle. Todos van rápido y a un mismo lugar. Te da la sensación de que están enojados y yendo a cagar a trompadas a Macri (por hacernos viajar tan mal y prometer 10 km por año), pero no.  La gente siempre tuvo esta actitud robótica.

Apostados en paralelo a las vías hay una línea de televisores de tubo. Nadie los mira. La programación de Metrovías es la muerte. Hay un programa sobre un mago, otro sobre un desconocido con fondo neutro que te enseña sobre marketing y… LOS PEQUES. Los Peques es una animación argentina que no tiene un target muy claro. Son unos bichitos feos del sur que viven en un mundo de paleta demasiado apagada para que los chicos disfruten del show. Ni siquiera pudieron contratar buenos actores. Las voces son voces comunes llevadas a un pitch muy agudo, igual que Alvin y las Ardillas. Eso artísticamente es pobre. Insoportable.

Pero volvamos a los subtes en sí, a los coches. A diferencia de los colectivos, acá cuando hay un asiento libre la gente no se pelea por ser amable del tipo:

-Sentate.
-No, por favor.
-Dale.
-Sentate vos, en serio.
-Pff…
-Sentate.
-No, no, sentate vos.
-Yo ya me bajo.
-Yo también.
-Sentate.

Una lucha entre dos forros que se mueren por sentarse pero que quieren demostrarnos su fuerte sentido ético plagado de reglas de urbanidad idiotas. En el subte no es así, porque la gente que no se conoce, nunca habla entre sí.

A veces los trenes están retrasados o hubo un problema y nuestro subte se para. Se detiene y el sonido ambiente se limita a murmullos quejosos. Muchos ya estamos acostumbrados y no hacemos nada, pero también están los que quieren hablar del tema y no saben con quién. Ponen cara de complicidad y buscan a alguien, miran. Si vos justo los estabas mirando y ellos te vieron mirándolos, te convidan un ‘Je!’ como eufemismo de ‘qué país…’. Pero antes de que consigan a otro, el subte reanuda su marcha.
Luego aparecen los mimosos que se quedan dormidos y te apoyan la cabeza en el hombro,los que leen de reojo lo que VOS estás leyendo y las chicas que hacen sopa de letras mientras escuchan Arjona en sus celulares. Están los observadores que le clavan los ojos a cada uno de los pasajeros para inventar sus vidas y los arriesgados que viven al límite, realizando todo el viaje apoyados en la puerta e impidiendo a veces el cierre de la misma, por más que duela. Ciertos usuarios quieren probarte que son más habitués que vos porque tienen tarjeta Monedero. Hay artistas que son copados y otros que por ser zurditos se piensan obligados a estar sucios y tocar una quena, el instrumento musical con el sonido más seco, ronco e inexpresivo.

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